Cuando el 0 a 0 parecía cosa juzgada, la impronta de Paulo Rosales se asoció al infortunio de Méndez para darle a Talleres una alegría necesaria. Pero, más allá del resultado, la "T" aún no encontró el equipo y, tal como sus antecesores -Salvador Capitano y Rubén Insua- el técnico Ángel Comizzo parece no escapar a esa regla. Es que no logró plasmar las sociedades que el equipo necesita para funcionar, sino que, por el contrario, fueron contadas las veces que el albiazul pudo dar más de tres pases seguidos.

Partido en dos. Anoche se vio algo de eso y "el Flaco" Comizzo debe haber lamentado la falta de puntería de sus delanteros, más allá de que, por primera vez bajo su gestión, el equipo terminó con el arco en cero (algo que no sucedía desde el clásico con Belgrano, por la 13» fecha).

Perfiles cambiados. Con la vuelta de Rosales, Talleres volvió al 4-3-1-2 que había utilizado ante Ben Hur y Quilmes, en lugar del 4-4-2 que presentó ante San Martín de Tucumán. Igualmente, poco cambió:dos laterales inventados (Algecira es volante central y Torsiglieri, zaguero); un medio campo con dos "distintos" para jugar (Rimoldi en la distribución y Rosales para inventar), uno para correr (Basualdo, otro "5" tirado a la banda) y uno más tirado a la banda (Viveros); y arriba estaban Cuevas, para incomodar a los centrales de Chicago, y Borghello, para gravitar con su habilidad.

Cambio clave. Si por jugar bien se entiende pasarle la pelota al compañero mejor ubicado y achicar espacios o agrandarlos, según la circunstancia, Talleres no hizo nada de eso en el primer tiempo. Con tantos perfiles cambiados, no tuvo salida ni fútbol. Con el ingreso de Buffarini, la "T" solucionó un problema en la derecha y le generó otro al rival. El rubio volante contagió fervor y el equipo tuvo llegada, más allá de que el gol llegó por una corajeada y una desafortunada acción ajena.